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    TERRORISMO A DISCRECION

    Por Manuel E. Yepe*
    Las definiciones que brindan casi todos los diccionarios del término “terrorismo” coinciden en que se trata del “uso real o la amenaza de recurrir a la violencia con fines políticos…”. Corrientemente, se emplea el término “terrorismo” en casos de acciones llevadas a cabo por unidades secretas o irregulares que, dada su inferioridad militar evidente para enfrentar a las instituciones armadas gubernamentales, operan fuera de los parámetros de las guerras.

    Aunque el término se ha aplicado históricamente por las potencias coloniales y por los gobiernos tiránicos a una buena parte de los métodos de lucha que escogen los revolucionarios y patriotas para sus enfrentamientos emancipadores, los pueblos distinguen tales métodos revolucionarios de lucha de los métodos terroristas.

    Los primeros se identifican con las aspiraciones del pueblo, los segundos, los terroristas, son fuertemente rechazados por la población.

    Los métodos revolucionarios buscan transformar el escenario y las asimétricas condiciones de la lucha para elevar la moral combativa de las masas, atraer nuevas huestes a la lucha, ridiculizar a las fuerzas represivas del régimen tiránico, llamar la atención del mundo a la guerra revolucionaria que se está librando y denunciar el carácter impopular del gobierno opresor.

    Las formas revolucionarias de lucha clandestina pretenden incrementar el apoyo del pueblo a su causa y por ello no tienen el propósito de propagar el pánico sino el de promover la adhesión de la ciudadanía.

    Los métodos terroristas, propios de bandas de delincuentes, narcotraficantes y organizaciones paramilitares de extrema derecha al servicio de poderosos intereses económicos, buscan imponer su autoridad sobre la base del temor de la población por la crueldad de sus acciones, que pueden tener carácter de amenazas, advertencias o ser directamente punitivas. No aspiran a atraer al pueblo a su causa sino a imponer su autoridad sobre la base del temor.

    De ahí que sea posible identificar la diferencia entre el terrorismo y los métodos irregulares de lucha revolucionaria que, de manera oportunista, los regímenes opresores tratan siempre de equiparar con los primeros.

    El terrorismo, que provoca temor y muerte de personas inocentes, nunca podría ser el método de lucha de una causa popular que convoque a las masas progresistas, porque es intrínsecamente contrario a los intereses y aspiraciones de los pueblos.

    Por eso es recomendable desconfiar de las informaciones que vinculan a los movimientos populares de resistencia en cualquier parte del mundo con el terrorismo y examinar cada caso a la luz de las motivaciones y los objetivos de sus combatientes, así como de las circunstancias en que se libra la lucha.

    Tampoco es lícito hablar de terroristas buenos y terroristas malos, según actúen a favor o en contra de quien los califica. Es siempre contrario a los intereses populares el uso de métodos de lucha que enajenan el apoyo de los ciudadanos en vez de convocarlo y por ello los revolucionarios y patriotas no son jamás quienes apelan al terrorismo.

    El actual mandatario estadounidense, George W. Bush, por ejemplo, tiene una manera muy peculiar de conducir su guerra contra el terrorismo cuando protege –por medio de la actuación de la Fiscalía de la Nación o utilizando las facultades presidenciales de perdonar reos- a criminales de origen cubano como Orlando Bosch y Luis Posada Carriles, quienes han sido calificados por autoridades judiciales estadounidenses como dos de los más connotados terroristas del hemisferio occidental.

    Paradójicamente, en cinco cárceles de Estados Unidos, bien distantes unas de otras, cumplen largas condenas cinco jóvenes cubanos –dos de ellos ciudadanos estadounidenses por adopción- por el delito de monitorear las actividades de organizaciones y grupos terroristas en Miami, alertando al gobierno cubano de los planes y acciones programadas por estos contra Cuba que, entre 1959 y el 2002 habían ejecutado 360 hechos de terror, no solo en territorio cubano, sino también dentro de los propios Estados Unidos.

    Arrestados por el FBI en Miami les ofrecieron que si se declaraban culpables de conspirar contra Estados Unidos y pretender lograr información de seguridad nacional de ese país, recibirían leves sentencias.

    Como no lo hicieron así, porque habría sido deshonesto hacerlo, fueron acusados de estos dos cargos y confinados en celdas de castigo durante 17 meses. Posteriormente fueron juzgados en el ambiente hostil de Miami y condenados a largas penas de prisión, con numerosas violaciones legales por la actuación de la Fiscalía que, entre otras cuestiones, clasificó como secreta la mayor parte de la documentación del caso, por lo cual no tuvieron acceso a ella, ni los acusados, ni sus abogados defensores.

    Ellos fueron detenidos el 14 de septiembre de 1998 y, aunque el 9 de agosto de 2005 la Corte de Apelaciones sentenció nulo el juicio celebrado en Miami. Previamente, su encarcelamiento había sido declarado ilegal por el Grupo de Trabajo sobre Detenciones Arbitrarias de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, pero la acción de la Fiscalía los ha mantenido en cárceles de máxima seguridad, han sufrido incomunicación en celdas de castigo por largos períodos y en ocasiones se les ha privado del derecho a recibir visitas de sus familiares.

    Con estos luchadores contra el terrorismo entre rejas y los más peligrosos terroristas paseándose por las calles de Miami, el vocablo “terrorismo” permanece secuestrado, sirviendo de expediente para las muchas perfidias del imperio.

    *Manuel E. Yepe Menéndez es periodista y se desempeña como Profesor adjunto en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales de La Habana.



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