“Transmítele a todos los combatientes nuestros de la provincia de Matanzas que yo les garantizo que Fidel no les traicionará. Fidel no traicionará jamás a Abel ni a Boris, ni a ningún revolucionario cubano porque llevará la revolución hasta el final. ¡Pueden sentirse seguros!”
Así me dijo a mediados de noviembre de 1958, en la ciudad de Miami, Haydee Santamaría Cuadrado, una de las dos mujeres participantes en el fallido Asalto al Cuartel Moncada de Santiago de Cuba que dio inicio a la etapa actual de la revolución conducida por Fidel Castro. La posibilidad de que Fidel Castro nos traicionara jamás me había pasado por la mente y creo que difícilmente podría haber entonces algún combatiente cubano -en la guerrilla o en la lucha clandestina- que temiera algo así. En todo caso, nos preocupaba, en aquellos difíciles tiempos, que alguno de nosotros flaqueara a causa de las torturas en caso de ser capturado o por el temor que pudiera inspirarnos la superioridad de los recursos de guerra de la policía y el ejército de la tiranía frente a nuestros escasos medios materiales de combate.
Cuando Haydee hablaba de la eventualidad de que Fidel nos traicionara, se refería al tipo de felonía cometida por tantos falsos líderes “revolucionarios” que, luego de convocar a la lucha a lo mejor de la juventud de sus países, una vez triunfantes, abandonaban los empeños y promesas a cambio de corruptelas tales como el depósito de gruesas cuentas bancarias en bancos de Estados Unidos o Europa, convirtiendo a sus valientes y confiados seguidores en blanco de violentas represalias por parte de las clases dominantes y el imperio. Yeyé, como todos llamaban a Haydee, tenía motivos para extremar el odio a la tiranía y el cuidado por impedir que la revolución sufriera la traición de sus conductores.
Tras ser hecha prisionera al fracasar el asalto al Moncada, Haydee tuvo que soportar la crueldad de sus sanguinarios captores quienes le mostraron los ojos recién extraídos de su hermano Abel, segundo jefe del contingente revolucionario asaltante aquel 26 de julio de 1953, y los testículos de su novio, Boris Luís Santa Coloma, uno de los jóvenes patriotas atacantes.
El motivo de mi viaje clandestino a Miami y mi encuentro con Yeyé, quien por esos tiempos representaba en el exilio cubano al Comandante en Jefe del Ejército Rebelde y máximo dirigente del Movimiento 26 de Julio, Fidel Castro, era hacer las precisiones finales para el traslado subrepticio a Cuba de un cargamento de armas para los contingentes que luchaban en la provincia de Matanzas, por donde la columna encabezada por el comandante Camilo Cienfuegos habría de pasar hacia el occidente de la isla completando la invasión que daría al traste con la tiranía.
El Movimiento 26 de Julio en la provincia de Matanzas había recaudado para ese fin, mediante donaciones populares a su organización clandestina local, unos seis mil dólares que, con el apoyo de recursos adicionales aportados por las organizaciones del exilio, propiciaron ejecutar ese envío que, en diciembre, llegó a Cuba oculto en dos vehículos cedidos y conducidos por colaboradores y voluntarios. Los automóviles viajaron en el ferry que entonces rendía viajes regulares desde Cayo Hueso al puerto de La Habana y de ahí conducidos a Matanzas por combatientes clandestinos para ser finalmente recibidos por los rebeldes que operaban en zonas rurales de la provincia.
Haydee Santamaría Cuadrado formaba parte de una familia de combatientes revolucionarios de extraordinaria valía. Su hermano Abel, como ya se indicó, fue segundo jefe del contingente que dio inicio a la etapa actual de las guerras revolucionarias cubanas por la independencia. Aldo, su otro hermano, fue fundador del Movimiento 26 de Julio en Matanzas, alcanzó el grado de Comandante del Ejército Rebelde y, entre otras responsabilidades, desempeñó la jefatura de la Marina de Guerra Revolucionaria. Aida y Ada, sus dos hermanas, lucharon igualmente en las filas de la insurrección armada.
En 1953, después del asalto al cuartel Moncada, al ser internada en la cárcel para mujeres de la tiranía, Yeyé escribió a su madre a modo de consuelo por el asesinato de su hijo Abel:
“Abel no nos faltará jamás. Piensa que Cuba existe y Fidel está vivo para hacer la Cuba que Abel quería. Piensa que Fidel también te quiere, y que, para Abel, Cuba y Fidel eran la misma cosa, y Fidel te necesita mucho”.
Por eso, hoy, cuando los revolucionarios latinoamericanos y de todo el mundo acompañan el dolor del pueblo cubano por la desaparición del más grande revolucionario en la historia de Cuba he querido recordar otra de las virtudes del compañero Fidel, su lealtad a sus leales.
Noviembre 28 de 2016.
*Manuel E. Yepe Menendez es periodista y se desempena como Profesor adjunto en el Instituto Superior de las Relaciones Internacionales de La Habana.
www.manuelyepe.wordpress.com
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