La Cámara de Representantes de Estados
Unidos aprobó a finales de julio de 2008 una
resolución por la que pidió disculpas a los
afronorteamericanos por los años de esclavitud
que han sufrido. Se trataba del reconocimiento
por esa Cámara del Congreso de Estados
Unidos de la injusticia y el carácter inhumano
del sistema esclavista y el “JimCrow”, como
se conoce en esa nación al período de intensa
discriminación racial comprendido entre
1865, cuando fue oficialmente abolida la
esclavitud y los años 1960.
En ese lapso el
establishment se vio
forzado a tomar
medidas contra
la nefanda
discriminación racial
pero, en unos estados
más y en otros
menos, mantuvo
a los ciudadanos
negros legalmente
segregados de la
población blanca
y limitadas sus
libertades civiles,
incluso sin el
derecho a votar. Esa
segregación legal
fue más inhumana
y violenta en los
estados del Sur que
en los del Norte
estadounidense.
El nombre “Jim
Crow” que se aplica
a ese vergonzoso
período de la historia
estadounidense era el de un comediante y
cantor de apellido Rice, quien compuso e
interpretaba en 1828 la canción “Jump, Jim
Crow” (“Salta, Jim Cuervo”), referida a un
criado negro que bailaba mientras cepillaba
el caballo de su amo. No está claro el motivo
por el que el término “Jim Crow” comenzó a
ser utilizado para aludir a cualquier entidad
que practicara la segregación racial: “leyes Jim
Crow”, “escuelas Jim Crow”, “tranvías Jim
Crow”.
Había centros de trabajo, universidades,
taxis, trenes, autobuses, barcos, cantinas,
restaurantes, hoteles, hospitales, servicios
sanitarios, bebederos de agua, cárceles,
asilos, barberías, parques públicos, campos
deportivos, circos, ferias, teatros, cines, salas
de conciertos o de fiestas, bibliotecas, playas,
piscinas, salas de espera, cabinas telefónicas,
talleres, ascensores, burdeles, filas o colas,
entradas y salidas de los edificios. Todo era
susceptible de asimilarse a esta forma del
apartheid estadounidense.
La segregación se aplicó al matrimonio, a
algunas profesiones, en los barrios, a iglesias y
cementerios. En algunas ciudades se imponía
la ley marcial Jim Crow y los negros no podían
salir a la calle a partir de cierta hora de la
noche. En los tribunales Jim Crow los blancos
juraban con una mano sobre una Biblia y los
negros lo hacían sobre un ejemplar distinto de
ésta.
Los negros estaban excluidos de los sindicatos.
No eran admitidos en hermandades, clubes
y sociedades “Jim Crow”. Se prohibían los
juegos de mesa y deportes en los que hubiera
contacto físico de blancos y negros, incluyendo
los de combate como el boxeo, salvo si el
contrincante era un extranjero.
Agréguese a tan ignominiosa situación la
violencia con que actuaban los Ku Klux
Klan, los miembros de la John Birch
Society, el Consejo de Ciudadanos Blancos
y otros elementos de la extrema derecha
estadounidense. ¡Un verdadero terrorismo
blanco!
Frente a tanta afrenta, la lucha de los negros
estadounidenses por sus derechos civiles se fue
haciendo cada vez más intensa. Generó próceres
de la talla de Malcolm X y del Reverendo
Martin Luther King Jr, así como centenares
de mártires, recordados o anónimos, de las
organizaciones del Poder Negro y otras que en
los años 1960 dieron cuerpo a una situación de
apariencia precursora de una revolución.
Aunque el temor a las represalias del imperio
y el control que ejercía éste sobre los medios
limitaban la denuncia internacional de
estos desmanes y la solidaridad global, el
triunfo de la revolución en Cuba, el auge del
antiimperialismo y las ideas de justicia social
en América Latina incentivaron la justa lucha
endógena de los negros.
Coincidió esto con la necesidad del
reclutamiento de soldados negros para la
asimétrica guerra imperialista contra Vietnam
y todo ello obligó al establishment a enterrar
el Jim Crow.
En aras de su seguridad nacional, el imperio
realizó grandes “concesiones” reformistas
en las relaciones interraciales de un país en
el que la ley era blanca, los
policías blancos, los jueces
blancos, los alcaldes
blancos y, en las pantallas
cinematográficas y de
TV, los actores y las
actrices eran blancos,
y los negros siempre
eran representados en
actitudes sumisas y
complacientes.
Con anterioridad a esta
solicitud de excusas
formulada por la Cámara
de Representantes, la
otra rama del Congreso,
el Senado, aprobó en
abril de ese propio año
2008 otra resolución en
la que se disculpaba por
“los muchos casos de
violencia, malos tratos y
abandono” sufridos por
los indígenas americanos.
El Senado pidió también
perdón en 1993 por el
“derrocamiento ilegal”, cien
años antes, del Reino de Hawái.
Sin embargo, la humanidad sigue en
espera de que Estados Unidos exprese sus
disculpas e indemnice a tantas naciones
de todos los continentes cuya existencia
democrática Estados Unidos ha asaltado
desde que a inicios del siglo XX se convirtió
en potenciaimperialista. Y que lo haga con
la promesa de nunca más intervenir en los
asuntos internos de otras naciones, así como a
respetar los derechos humanos de sus propios
ciudadanos de otras etnias y formas de pensar.
Mayo 17 de 2018.
Manuel E. Yepe Menendez es periodista y se desempeña como Profesor adjunto en el Instituto Superior de las Relaciones Internacionales de La Habana
manuelyepe.wordpress.com
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