Fragmentos del discurso pronunciado por el Comandante en Jefe, en
Buenos Aires, en mayo de 2003.
Pienso –porque soy optimista– que este mundo puede salvarse, a pesar de
los errores cometidos, a pesar de los poderíos inmensos y unilaterales que se
han creado, porque creo en la preminencia de las ideas sobre la fuerza. (…)
Nuestro país no lanza bombas contra otros pueblos, ni manda miles de
aviones a bombardear ciudades; nuestro país no posee armas nucleares,
ni armas químicas, ni armas biológicas. Las decenas de miles de
científicos y médicos con que cuenta nuestro país han sido educados
en la idea de salvar vidas. Estaría en absoluta contradicción con su
concepción poner a un científico o a un médico a producir sustancias,
bacterias o virus capaces de producir la muerte a otros seres humanos.
No faltaron, incluso, las denuncias de que Cuba estaba haciendo
investigaciones sobre armas biológicas. En nuestro país se hacen
investigaciones para curar enfermedades tan duras como la meningitis
meningocócica, la hepatitis, a través de vacunas que produce por técnicas de
ingeniería genética, o, algo de suma importancia, la búsqueda de vacunas o de
fórmulas terapéuticas a través de la inmunología molecular; y lo mismo unas
pueden prever y otras pueden, incluso, curar, y avanzamos por esos caminos.
Ese es el orgullo de nuestros médicos y de nuestros centros de investigación.
Decenas de miles de médicos cubanos han prestado servicios
internacionalistas en los lugares más apartados e inhóspitos. Un día dije
que nosotros no podíamos ni realizaríamos nunca ataques preventivos y
sorpresivos contra ningún oscuro rincón del mundo; pero que, en cambio,
nuestro país era capaz de enviar los médicos que se necesiten a los más oscuros
rincones del mundo. Médicos y no bombas, médicos y no armas inteligentes.
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